En una mesa de un rincón estaba haciendo ‘le petit dejeuner’ una muchachita que mordisqueaba muy poquito a poco una galleta y tomaba cortos sorbitos de una infusión. Había ganado sin exagerar más de veinte kilos desde aquella anterior visita y era lógico, pues de cada porción de patatas que sacaba de la freidora se llevaba un buen puñado de ellas a la boca, equipaciones de futbol baratas masticando poco y engullendo con ansia.